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Portada de la revista Los Cántabros (otoño 2017 - Nº14). +Información: www.loscantabros.com |
RESUMEN
ARTÍCULO REVISTA LOS CÁNTABROS: “LA HUELLA DE FEDERICO GARCÍA LORCA EN EL SANTANDER
REPUBLICANO”.
En
1931 se instauró la
Segunda República en España, un acontecimiento que motivó la
marcha del rey Alfonso XIII al exilio. Tras las elecciones generales celebradas
durante ese año, el presidente provisional pasó a ser Manuel Azaña. Durante su
mandato, nombró ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes a Fernando de
los Ríos, quien a su vez eligió al brillante poeta Federico García Lorca,
adscrito a la llamada Generación del 27, como codirector de la compañía estatal
de teatro La Barraca.
En
marzo de 1932, el ya popular poeta granadino, junto con el secretario de la Unión Federal de
Estudiantes Hispanos, Eduardo Ugarte, asumieron la organización del teatro
universitario de La
Barraca. Precisamente, durante ese año de 1932, el Gobierno
de la República
convirtió a Santander en la sede de la recién estrenada Universidad
Internacional de Verano. Se eligió como sede el recinto santanderino del
palacio de La Magdalena,
iniciándose allí las actividades docentes en el verano de 1933.
Adaptada
una camioneta para el transporte de materiales y actores, y subvencionados por
el Gobierno republicano, el equipo humano que componía La Barraca empezó su
andadura por los pueblos y ciudades de España. Estaba previsto que durante el
verano de 1932 la troupe de cómicos actuase en la localidad cántabra de
Santillana del Mar. Lamentablemente, hubo de suspenderse las representaciones
por motivos meteorológicos. Tras esa primera intentona fallida de mostrar en la
geografía cántabra las obras de los autores clásicos del Siglo de Oro, la
vinculación de Lorca y del teatro universitario de La Barraca con Cantabria tuvo
lugar de manera efectiva, dentro de las actividades programadas, en el Palacio
de La Magdalena
de Santander, por la Universidad Internacional de la República, durante los
veranos de 1933 a
1935.
La
faceta más recordada de Lorca en Santander es como director de teatro, aunque
siempre tuvo tiempo para el ocio y el disfrute por diversas localidades
cántabras como Ampuero, Somo o Tudanca. Fue habitual verle, durante sus
estancias santanderinas, paseando por la calle principal del Muelle y sentado
de tertulia en las terrazas de los cafés.
RESUMEN
ARTÍCULO REVISTA LOS CÁNTABROS: “LA
MAGOSTA, UNA TRADICIÓN MUY VIVA EN CANTABRIA...”.
El
ábrego, también conocido como el viento de las castañas, arranca las hojas de
los corpulentos castaños que hunden sus raíces en tierras cántabras, y suelen
ser los recolectores naturales de los frutos del majestuoso árbol. Con la
llegada del mes de octubre vamos a «apañar castañas», a
pie de la castañera, recogiéndolas habitualmente en el suelo sueltas o
envueltas en su erizo pinchudo, llamado popularmente en Cantabria: orizu, horcinu
o burizu.
Dentro
del catálogo de los árboles singulares de Cantabria, destacan una serie de
emblemáticos castaños. Desde los que habitan en tierras lebaniegas, como el
imponente «La Narezona»,
situado en Ojedo, el gigantesco «El Bisonte», en Pesaguero, o el par de impresionantes castaños que tienen sus
raíces en Pollayo, Vega de Liébana. También el valle de Cabuérniga es rico en
estos árboles, destacando la castañera de Terán. Otros ejemplares singulares se
sitúan en las localidades de Selaya, Medio Cudeyo y Arnuero.
La
magosta cántabra es una tradición ancestral cuya raíz se pierde en la lejanía
de los tiempos. Un rito sencillo donde los protagonistas son el castaño y su
fruto, la castaña. Una celebración de carácter social, donde los mozos del
pueblo asaban las deliciosas castañas al calor del fuego de una buena lumbre
alimentada por la hojarasca desprendida del propio castaño, o con un buen
acopio de escajos secos, hierbajos, rozo, leña o carbón. El ceremonial más
tradicional de la magosta en Cantabria solía tener su liturgia en un amplio prau,
e incluye diversas
supersticiones populares, todo ello en un ambiente festivo
donde la música estaba siempre presente.
Actualmente
la magosta es una tradición que se comparte en todos los rincones del valle de
Buelna.